Te esperaré aquí,
firme deseo,
donde mueran las olas,
quizás en esta orilla,
o en esta otra, solitaria,
en aquel ronco rumor de sal
que me alerta en los ojos
una triste lágrima desquiciada.
Te espero entre este y oeste,
entre líneas impenetrables del sur,
en algún lugar concreto, resisto,
comprendiendo tu voz celeste,
que me susurra y me funde,
desde lejos, el perdido norte.
Y me sorprende la marea,
fría agua alta sacudiéndome las penas,
donde mueren las olas, te esperé.
Hoy, reposa en esta piedra inerte
como una sombra calada al vacío,
mi musgosa alma sin ningún latido,
aunque nunca vengas,
siempre te espera.