Mi mundo literario

Las creaciones literarias bilingües de Helena Sauras

 

Nuevamente en mi cuarto cierro los ojos. No he podido cenar. Me es imposible desviar mis pensamientos hacia otro lugar que no sea Nacho. ¿Realmente se escondía un plan en sus intenciones? Un deseo de volver a ver su cara me brota con fuerza. Me levanto de la cama y voy hacia la estantería. Debajo de mi foto del ayer, está el álbum de fotos de la boda de Sandra. Lo cojo entre mis manos y lo abro. Paso varias páginas, que resbalan entre mis dedos, de arcoíris multicolores, de vestidos de fiesta, y de elegancia. No, no puede ser que Sandra, las haya arrancado, aunque viniendo de ella, nada me extraña. Siempre le había tenido una manía inexplicable que no podía disimular, ni aun sabiendo que se iba a casar conmigo.

De repente, su sonrisa agitanada regresa a mí, y la distancia se aproxima en el recuerdo. Por fin, puedo ver a Nacho, en el preciso instante en que Sandra me tiraba el ramo de novia. Su traje, su corbata, y su perfil me trasladan a otro tiempo en el que mi mundo giraba en torno a él. La punta de mis dedos recorre lentamente su foto, acariciándola con suavidad. Me quedo atrapada una vez más por él, sus promesas parecían tan sinceras, tan dulces, tan cálidas, y hogareñas.

Elisa… ―oigo que dice Sandra detrás de mí.

No me lo creo, Sandra. No es verdad. Míralo ―le digo mostrando su foto―. ¡No es ningún asesino!

Las personas cambian, Elisa.

Su sinceridad me resbala por mis finas mejillas, lágrimas que vuelan para estamparse contra las baldosas de mi cuarto. Lloro, porque ahora mismo sé a lo que sabe la traición, el gusto metálico, y gélido, impreso en mis papilas gustativas.

Noche revuelta, oscura, de insomnio intermitente, pesadillas constantes, y recurrentes. De ruidos interiores, que rompen el mar de mis emociones. Sentimientos partidos en pedazos diminutos, polvorizados como granos de arena. Truenos que hacen eco tan adentro de mí que me atemorizan. Tocarte, Nacho, sin llegar a hacerlo, nunca había sido tan difícil. Me despierto ya y me agito entre las sábanas, nerviosa.

Las personas cambian… ¿Pero hasta qué punto? ¿Hasta el punto de clavarte un frío puñal por la espalda? No, no puede ser. Nacho tiene muchos fallos pero este no, desde luego, el de actor no. «Él también tenía ganas de acostarse contigo, Elisa». Mi vocecilla me sopla frases, que me recorren el alma. Joder, lo conoces bien, sus lágrimas eran sinceras… Sus dilatadas pupilas no mentían. Lo único que no puedes responder es qué hacía en Portugal, en la otra punta de la península, ¿esconderse? ¿De qué? ¿De quién? Me alboroto, porque no obtengo respuesta. Mis luces mentales se han apagado. ¿Quién mató a Luz?

Mi mente se desliza hacia María y lo que sé de ella. Sus puños, y dientes apretados, su volcán de ira, y de rencor, su frase, que me dijo en el coche: «Si todavía no les he matado, no sé el por qué…». Su otra frase dicha en el restaurante: «Si ese era su destino, hubiera podido morir antes, y así no hubiera tenido tiempo de acostarse con Víctor». El todavía que te pesa, porque ya ha pasado. Necesitas un trago que te libere de todo esto, Elisa… Me visto de prisa y salgo a la calle, en la barra de cualquier bar me abandonaré al terremoto absorbente del olvido.

Un Martini blanco ―le digo a la camarera.

Vamos a cerrar ya ―me dice la mujer con aire de cansada.

Por favor, uno. Me lo beberé rápido y me iré… ―le insisto.

No, lo siento. Vuelva mañana.

Vuelvo a salir a la calle. Recorro varias calles, ni un puto bar abierto, ¿en qué mierda de ciudad vivo? Miro mi reloj digital, las cinco de la mañana… Vuelvo a casa de Sandra sin ningún licor entre mis venas. Domingo abstemio, no por voluntad, sino por las obligadas circunstancias. Me vuelvo a meter en la cama, resignada. Me cuesta, pero al final me duermo.

Me levanto pasado el mediodía, después de meditarlo mucho sé que no me queda otra opción que volver a ir a la policía. Mis pasos agitados corren hacia la comisaría, y le pido al hombre que hay de guardia, ver al policía que me interrogó, que tengo que decirle algo importante. El hombre me mira de arriba abajo, y al fin lo localiza.

Señorita Mejías, nos volvemos a encontrar ―me dice con sus ojos grises y fríos―. ¿Qué la trae por aquí?

Tengo que hablar con usted en privado.

Pasamos a una sala continua a la que me interrogaron.

¿Y bien? ―me pregunta el policía.

Señor, Nacho no mató a Luz. Creo que lo hizo su hermana, María…

¿Qué le hace pensar eso, señorita Mejías?

Porque María tenía un buen motivo para hacerlo.

Mis palabras surgen imparables de mis labios. El huracán, que llevo dentro, se desboca en la sala de la comisaría, explicándole mis propias hipótesis, y mis conclusiones. María tiene un cuerpo fuerte, y voluminoso capaz de arrastrar un cadáver. El policía me escucha con sus facciones quietas y relajadas, sin inmutarse. Cuando termino de hablar me dice:

¿Quiere añadir algo más, señorita Mejías?

No.

Lo comprobaremos.

¿Eso significa que van a soltar a Nacho?

Todo a su debido tiempo, no me sea usted impaciente. —Y me parece entrever un principio de una sutil sonrisa entre sus finos, y rectos labios.

Salgo a la calle, me meto en el autobús, y me decido a volver al piso de Sandra. Cuando el autobús frena en mi parada, mi corazón da un vuelco incontrolable. En la misma acera, Luis, está andando con una barra de pan entre sus brazos.

Continuará…

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