Un nuevo modelo bien proporcionado se desnuda frente a mí. Siguiendo los consejos de Toni, esta vez lo he podido elegir yo, y no he tardado en escogerlo masculino, de entre un montón de currículos, que había en el despacho de la academia. Me he decido por este, porque lo acompaña de varias fotos, no únicamente con una de carnet sino que se muestra, sin ningún pudor a la cámara, que capta desde varias perspectivas, su atlético e impresionante cuerpo.
Lo hemos llamado y no ha tardado en venir, con unos tejanos ajustados y una camisa blanca con el primer botón desabrochado. Es bastante moreno de piel, pero su torso, que no tarda en enseñarme, no muestra ningún vello, sino que está perfectamente depilado. Las alumnas de la clase no tardan en admirarlo entre risitas, que fluyen de entre sus dientes, cuando el modelo se quita los pantalones y, ante mi mirada severa, se ponen a trabajar sin hacer ningún comentario más.
Roberto tiene tan sólo veinte años, pero se siente seguro de su cuerpo o eso aparenta. Es bastante alto, más de metro noventa, y todo está en perfecta proporción. Tiene unas manos grandes, con los dedos bastante delgados y mi imaginación, mientras ando por la clase, no para de volar ya que pienso, que sería una experiencia totalmente gratificante el poder perderme entre su anatomía. No me he equivocado. Toni tenía razón, ya que trabajas al menos alégrate la vista siempre que puedas.
Suficiente he tenido con corregir los retratos de Luz y valorarlos, y creo que no he sido demasiado objetiva con las notas, que les he puesto a mis alumnos. Ahora, si hacen un buen trabajo, les voy a compensar. Creo que ya me han puesto algún mote, porque algo me ha parecido oír cuando he entrado en la clase, y mis alumnos han callado de golpe al verme.
Mientras admiro el cuerpo de Roberto, les hablo de las proporciones, y de la manera que tienen que reproducirlas en el cuadro, todo es cuestión de técnica y les doy algunos consejos para que así sea. Hoy la mañana me pasa rápida, y como un plato combinado en el bar de la esquina de la academia, porque los lunes también trabajo por la tarde. Una clase teórica sobre la luminosidad, que no tardo en dar por finalizada. Son las seis de la tarde cuando salgo de la academia, cojo el autobús y enciendo mi móvil en el corto trayecto. Veo que Luis me ha enviado un mensaje que no tardo en leer: «Todavía sigo pensando en ti. Hasta mañana.» Y mi corazón se endulza con sus palabras, si soy sincera mientras he trabajado no he pensado mucho en él pero ahora, que ya no tengo nada más que hacer, recuerdo todo lo pasado este fin de semana, y todas las buenas sensaciones que me ha causado. Tengo ganas de volverlo a ver, y sé que mañana, a esas horas, lo tendré frente a mí, con la brisa de su sonrisa que marca sus hoyuelos en su cara, agujeros que me gustaría recorrer con la punta de los dedos.
Entro en el piso de Sandra. Ghato se está lavando con su lengua áspera y da un brinco al oír abrirse la puerta. Le he asustado. No tarda en ronronear, y le abro una lata de sardinas, porque debe tener hambre. Me ve, cuando se la pongo delante no tarda en devorarla y cuando acaba, maúlla con más fuerza cómo dándome las gracias. Saludo a Sandra, que está trabajando, y entro en mi cuarto para no molestarla. Ha llegado el momento de enviarle un mensaje a Luis desde mi móvil y así lo hago: «Yo también. Me has inspirado para volver a pintar. Besos.»
Contemplo mi cuadro ya seco que me transporta a la tórrida cama de Luis, y pienso en colgarlo si Sandra y Jaime no tienen inconveniente en la cabecera de la mía.
Martes, vuelvo a estar en la academia con Roberto que sigue posando para la clase. Llaman a la puerta y es la directora, que me dice si puedo pasarme un momento por su despacho, cuando termine. Evidentemente le digo que sí, pero me pregunto qué narices querrá, si ha habido quejas sobre mí, y un repertorio de negativas, que me ponen nerviosa. Hoy, después de esto, casi no me fijo en el modelo, Roberto sólo es un mueble estático del que ya no disfruto. Cuando suena el timbre, recojo mis cosas, ayudo a los alumnos a limpiar lo que han ensuciado, y me voy directa al despacho con la boca bastante seca. Llamo a la puerta con mis nudillos y la abro. La directora, una mujer bastante mayor, con arrugas en la cara, me sonríe, y se marcan más sus surcos profundos. Me dice que me siente, y así lo hago, inconscientemente, cruzo las piernas, porque estoy tensa, y mi espalda se ha vuelto bastante rígida.
―Elisa, primero de todo quiero felicitarte por tu trabajo, estamos muy contentos de ti, y de tu labor que todos apreciamos.
Al oírlo me relajo, descruzo las piernas, la miro con cara de alivio y continúo escuchándola con atención.
―Como ya sabes, Mario es bastante mayor y se acaba de pedir la jubilación anticipada por motivos de salud. Hemos pensado que puedes cubrir su puesto, si te parece bien. Tendrías que salir al aire libre con tus alumnos para pintar la naturaleza. Estarías seis meses de prueba, y quién sabe, puede que al final te hagamos fija.
Estoy a punto de pegar un salto, pero me controlo. Me parece estupendo, se acabaron los modelos, los paisajes siempre me han atraído mucho más que los retratos. Noto como la vida me está sonriendo en el terreno laboral, y siento un colosal gozo en el cuerpo. Le doy gracias a la directora y le digo que sí, sin pensármelo dos veces.
―Una última cosa, como vas a empezar a mitad de curso el temario ya está definido. Échale un vistazo esta noche ―me dice alargándome un archivador―. Mañana empiezas ya, tienes que llevar a tus alumnos a pintar una marina.
Me parece correcto, la playa está cerca de la academia, y hace mucho tiempo que no la piso. La última vez que fui, lo hice con Nacho e, irremediablemente, me vuelvo a acordar de él, de su bañador, y de su toalla. Aparto mis pensamientos de mi mente cómo puedo y le digo.
―Esta noche me lo estudio, gracias, señora Fernández.
De los nervios, casi no puedo ni comer. Mi amiga Sandra me ha felicitado y estoy radiante, cobraré más, porque las horas estarán mejor pagadas. Y esto de ser fija en un futuro, me produce una gran satisfacción. Cuando acabo de limpiar la cocina, me arreglo a consciencia, y me voy directa a la terapia.
Llego antes por si Luis ya está, y podemos hablar un poquito a solas antes de que lleguen todos. Pero todavía no ha llegado. La que sí está, es María que se me acerca, y me saluda. Empezamos a charlar y le doy la noticia de mi ascenso. María sonríe por primera vez desde que la he visto, y veo que está algo rara, más distante, diferente.
―¿Qué te pasa, María? ―le pregunto.
―Nada que Víctor, mi ex, ayer apareció en mi vida y me dijo que quería volver conmigo.
―¿Y tú que le dijiste?
―Naturalmente que no. Que se lo hubiera pensado antes de utilizar su polla con Luz.
―¿Y se fue?
―Bueno, se quedó un rato insistiendo. Pero al final, se largó.
―¿Y tú cómo estás?
María se encoge de hombros.
―Bien ―dice al final―. Segundas partes nunca fueron buenas.
Ya no le pregunto más, porque acaban de llegar los demás.
Luis se me acerca y me dice un hola cariñoso, acariciándome un mechón rebelde de mi pelo. Se disculpa por haber llegado tarde, pero me cuenta que ha tenido un problema técnico de última hora con uno de sus clientes más importantes. Entramos todos y nos sentamos en círculo. Ana dirige como siempre la terapia. Hoy nos entrega unas fotocopias y nos pide que las leamos en silencio. Leo para mis adentros el grande título, que acompaña el artículo: «Alcoholismo y genética.» ¿Estamos más predispuestos los tolerantes al alcohol a caer en el alcoholismo por culpa de un gen? Acabo de leer el artículo, miro a mi alrededor y veo que la cara de Luis es todo un poema. El primero en hablar es Jesús:
―¿Esto significa que mis hijos tienen más posibilidades en caer en el mismo error que yo? ―pregunta alarmado.
Todos empezamos a hablar a la vez, y Ana, acaba poniendo orden. Luis sigue callado, con la mirada baja, y las mejillas encendidas. Le susurro al oído, qué le pasa, pero no me responde. Al final, cuando cada uno ya ha expuesto su punto de vista personal siguiendo los consejos del orden que ha puesto Ana, le toca el turno a Luis, que se aclara la voz, y dice muy serio:
―Este artículo me ha hecho pensar en mi padre.