A las cinco de la tarde, puntual como un reloj, Luis llama a la puerta. Me saluda dándome dos besos en las mejillas, que rebosan de felicidad. No sé por qué, pero vuelvo a sentir el palpitar de las ilusiones alcanzables, que puedo tocar si estiro un poquito la punta de los dedos. Digo adiós …