Mi mundo literario

Las creaciones literarias bilingües de Helena Sauras

La aparente normalidad pinta de nuevo mi vida. Se acabaron las vacaciones navideñas. Madrugo más de lo normal, porque el piso de Susana está en un barrio de la periferia de la ciudad, bastante lejos de la academia. Cojo otro autobús del que estoy acostumbrada y, mientras me encuentro en la estación, mis ojos rebuscan sin poderlo evitar la persona de Paquito. No está. Supongo que, a esas horas tan matutinas, todavía no habrá bajado a pedir limosna.

Estará durmiendo, soñando o no, lamentando su destino o rozando la inconsciencia, totalmente perdido. No sé lo que me hace pensar tanto en él, si no le conozco de nada. Es un desconocido, que ha chocado en mi vida. El autobús pasa cerca de su piso, por una calle perpendicular residencial. Miro por la ventana empañada. Fuera hace frío. Me he abrigado a consciencia, porque la academia no estará ambientada en cuanto a calefacción se refiere por las vacaciones.

No me equivoco. Al entrar por la puerta principal, un escalofrío debido a la humedad me cala. La señora Fernández ya está en su despacho delante de un ordenador. Me acerco a ella y la saludo con cortesía. Sus ojos se alegran de verme. Me sonríe cosa que hace que sus arrugas se profundicen con todo su esplendor, y algunas más aparecen a la vista. Al abandonar la sonrisa, que dura pocos segundos, su cara vuelve a su estado original.

Estoy haciendo una base de datos con el material, que compraste en «La cometa pintada» para darlo de alta ―me indica.

¿Está todo en orden, no?

Puede ―contesta con una ligera duda en su voz―. Lo único que hay material, que no deja darlo de alta. Misterios de la informática. Al guardar, no lo guarda y se borra la información.

¿Has probado en reiniciar? ―Porque en cierto modo recuerdo que es una de las primeras cosas que se hacen cuando los ordenadores hacen de las suyas.

Sí, lo primero que he hecho, pero no se trata de eso. La informática me hace perder demasiado el tiempo. Agilizar, dicen. ―Me mira con una postura irónica.

En teoría sirve para eso.

En teoría ―contesta con otra sonrisa, esta vez más irónica todavía―. Me parece que hoy no lo voy a conseguir. Mira, lo dejo, no quiero ponerme nerviosa.

¿Quiere que la ayude?

Apúntalo todo en esa libreta como hacíamos antes y el stock que tenemos de cada cosa.

Me pasa una libreta de piel de color marrón. Me dispongo a ir contando el material, poco a poco. Queda todavía para empezar la clase.

Esa faena le corresponde a la secretaria ―comenta la señora Fernández―. Ella es la experta. Seguro que a ella no se le atrancaría el ordenador, pero está de baja, como sabes, tiene que guardar reposo debido a su estado. Un embarazo de alto riesgo.

Si no nos damos prisa, se nos acumulará la faena.

Hasta que venga la suplente, sí. Pero, tranquila, no tardará en llegar. Mañana cómo muy tarde estará aquí. Viene de fuera y su currículo es muy completo. Tiene dos máster, uno creo recordar en nuevas tecnologías.

«Es lo que ahora se estila, un máster después del esfuerzo de una carrera para aferrarse a un mísero empleo, muy por debajo de tus posibilidades. Pero un empleo al fin y al cabo, para subsistir e ir tirando», pienso.

¿Sabes? ―me comenta la señora Fernández―. Estamos de innovación, renovarse o morir. Estas vacaciones hemos ido incorporando ordenadores en cada clase y también hemos creado una nueva aula para dar una asignatura de arte digital.

¿Ah, sí?

¡Huy, sí! –continúa emocionada-. Arte en tres dimensiones, diseño de logotipos y demás. Todo al orden del día. No nos podemos quedar atrás con la competencia que tenemos, ¿no?

Claro. Es una buena idea. ¿Y ya tenéis candidatos para impartir las clases?

Sí, un profesor y una profesora. Matías y Judith.

La señora Fernández mira el reloj para decirme segundos después.

No tardarán en llegar. Están citados dentro de quince minutos. Elisa, ve a tu clase y enciende tu ordenador. Ve contando el material que compraste. Si necesitas una estufa de refuerzo para hoy, dile a Matilde que te preste una. En el armario del pasillo hay de sobra.

Me dispongo a ir a mi clase. Enciendo el ordenador y mientras se va encendiendo, voy contando los distintos pinceles, pinturas, lienzos y demás que configuran el material, que compré en «La cometa pintada».

Pienso en Sandra y en lo bien que le hubiera ido ese empleo. Hubiéramos sido compañeras de trabajo, y no se hubiese tenido que aventurar a ser freelance, porque tenía muy pocos pedidos. Los inicios siempre cuestan. Pienso en que ahora no tendrán la ayuda que les pasaba cada mes en concepto de alquiler de mi habitación. El embarazo de la secretaría me hace pensar en el embarazo de la propia Sandra. ¿También será de riesgo? Mi mente no para de pensar mientras el ordenador ya está a punto. Me salen distintas ventanas de actualizaciones de diferentes versiones. Voy aceptando todo y el ordenador se va actualizando. Pienso en Sandra y en mi torbellino, colgado de nuevo en su comedor. O, quizás, en donde vive Nacho ahora. Ni sé dónde es, ni quiero saberlo. No quiero volverme a cruzar con ninguno de los dos. Que la fuerza de mi mar los apague, que no vuelvan a mi vida, que desparezcan de ella definitivamente.

Adiós, Sandra, adiós.

Adiós, Nacho, adiós.

Repito mentalmente.

Mi móvil suena y me arrebata mis pensamientos por unos instantes. Es Luis. Contesto al instante.

¿Cómo te va, princesa?

No puedo evitar alegrarme al escuchar su voz.

Bien, aunque…. Necesito tu ayuda ―le digo.

Soy todo oídos para ti.

Hay una base de datos que se nos resiste.

Le explico el problema que hemos tenido con la señora Fernández.

Oye, prueba a hacerlo con tu ordenador.

Lo intento y voila, la información de la base de datos por fin se consigue grabar.

Luis, ya funciona ―le digo emocionada―. ¿Cómo lo has hecho?

Claro, lo más seguro que se debía a un problema de actualización de la versión del programa, que estáis usando. Al decirme que estabas actualizando tu ordenador, he intuido que en el tuyo te dejaría hacerlo.

Gracias, eres un cielo. Cuelgo que tengo faena.

De acuerdo, yo también. Te vengo a buscar a la salida.

No sé a qué hora acabaremos hoy. Yo diría que más pronto, porque el primer día las clases se suelen hacer más cortas. Es un primer contacto y la explicación del curso. ¿Y si me paso yo?

Como quieras, corazón. Yo terminaré a la misma hora de siempre.

Su contestación me gusta. Por primera vez presiento que conoceré su ambiente de trabajo. Una pieza más que necesito encajar en la vida de mi novio. Toni sabe mucho más que yo. Yo también tengo derecho a irle desmenuzando, a conocerle en cada parte de su vida. O la que él se deje. Creo que soy la única del grupo, que todavía no se ha acercado a SIATA. Me propongo hoy ir hacia allí.

Las clases empiezan. A la mayoría de los alumnos ya los conozco del semestre anterior. Unos más buenos que otros, unos con más habilidad artística pero, en definitiva, la mayoría destaca, y por eso están aquí dando lo mejor de sí mismos. La señora Fernández inaugura el semestre con unas palabras, que todos escuchamos con atención. Nos presenta la nueva aula y la visitamos. Me doy cuenta que han habilitado una vieja aula que ya no se usaba, reformando con gusto. El arte digital, los píxeles: los puntitos de los millones de colores, todo un mundo por descubrir. Algunos de mis alumnos se quieren pasar a las nuevas tecnologías y me lo hacen saber después. Pienso, apenada, que algunos de ellos los perderé, sin poderlo evitar. Les paso a los que quieren continuar conmigo una agenda con el programa del curso, las distintas salidas, que están programadas y, les indico que estoy abierta a toda clase de sugerencias.

Cuando acabamos y me reúno de nuevo en la sala de profesores, conozco a Matías y a Judith. Aparentemente jóvenes, más o menos de mi edad. Matías lleva coleta, Judith un piercing en la nariz, son las dos cosas que destacan más de su figura. Me estrechan la mano. Hablamos un poco, antes de dar el día laboral por finalizado.

Subo al autobús y me dirijo a SIATA. Es un lugar más grande de lo que me imaginaba. Una chica muy mona me saluda con educación. Es la nueva secretaria. Lleva un traje chaqueta impecable de color verde mar. Me espero en la sala de espera a que Luis baje. Le envío un whatsapp al móvil para decirle que ya estoy esperándole. De un ascensor van bajando trabajadores, clientes, gente con traje o sin él, ejecutivos ocupados y otros ociosos; subiéndose al carro de las nuevas tecnologías.

Luis no tarda en contestarme. «Tardaré. Estoy en una reunión, creación de nuevas aplicaciones para móvil. Espérame en casa, cielo mío».

Decepcionada, me levanto de la silla de diseño donde me he acomodado. La secretaria me saluda con un breve movimiento de cabeza y regalándome una sonrisa dentífrica. Me pregunto si habrá hecho un máster, donde le enseñen a sonreír así. Cambio mis planes, y me dirijo a la autoescuela a matricularme. Enero empieza con nuevos propósitos, que iré incorporando en mi vida. Cambio de hábitos, también decido apuntarme a un gimnasio para ponerme en forma, como el resto de los mortales, que empiezan un nuevo año. Lo primordial será la constancia, y mantenerlo al finalizar el año. «Mi capacidad y perseverancia son grandes», me digo. Voy a conseguirlo, y los ánimos me llenan de profunda satisfacción con tan solo imaginarlo.

Continuará….

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