Mi mundo literario

Las creaciones literarias bilingües de Helena Sauras

Escucha el relato en audio.

Cuando leas esta carta, ya habré partido. No me odies, no me ames, pero sobre todo no me busques. No creo que nos volvamos a ver. Mi rostro se irá diluyendo en tu mente hasta cubrirse de sombras. Al final, ya no me recordarás con precisión. He tirado todas las fotos de los dos incluida la que guardabas en tu cartera, incluidos los archivos del ordenador. He sido meticulosa en borrar mi rastro, de lo que fue y de lo que pudo haber sido, pero sin duda ya no será. Ya no…

Me cortaste las alas el día que apareciste en mi vida. Tardé en saber tu nombre, pero te fijaste en mí y tus ojos resplandecían. Te enamoraste de mí y yo, que estaba sola en ese momento, me sentí más joven de nuevo. Tus labios tímidos me transportaron tu primer aliento fresco. Fui una presa fácil. Me llenaste de luz que, poco a poco, fue decayendo. Tus besos ya no me sabían a miel, eran mar de lágrimas bañadas.

El primer golpe cayó sobre mí desde tu mano ancha. Me desfiguró un trozo de mi rostro, que se resistía a irse del todo. De repente, te tuve miedo e intenté escabullirme, pero tú siempre reaparecías. Me pedías perdón por haber sido tan brusco y me jurabas que aquello no se repetiría. Me costaba creerte, pero al final lo hacía. ¡Me sentía tan desvalida! Eras cal y yo era tu arena. Mezclados ya los dos, esculpías la masa gris de mis recuerdos retenidos. Y su forma adquiría otra consistencia difícil de materializar, diluida en el olvido.  El tiempo volaba y se agitaba en mis entrañas que se contraían y palpitaban ansiando otro amanecer alcanzable.  Tú te ibas y me dejabas dormida en la cama sin olvidarte de darme un último beso en mi frente. Al despertarme, miraba a mi alrededor y sentía tu vacío. Con mis manos temblorosas, me era difícil seguir mis hábitos durante el resto del día. No te añoraba, porque sabía que volverías, a darme agua sin tener sed, a impregnarme de todo lo que fui. Eras el que tomabas las riendas de nuestra relación.

Tu voz cantante la oía a todas horas, en la ducha, mientras el chorro de agua fría me besaba la piel, porque ya no sabía distinguir la temperatura; en la cocina, mientras el olor a gas rodeaba el ambiente pues había obviado apagar el fuego;  en mi dormitorio, delante del armario, pues no sabía con qué prendas vestirme, si de invierno o de pleno verano. E incluso en la calle, vagaba desorientada, hasta que un alma caritativa me acompañaba de vuelta a casa.

Sí, tu voz me acompañaba. Vergüenza debería darte haber entrado así en mí, de sopetón, sin avisar siquiera.

¿Enamorada? Tal vez. O eso creí, que mis recurrentes vacilaciones eran fruto del amor, despistes sin importancia. Habías causado tal huella en mí, que la llevaba impresa en mis pasos calzados con zapatillas de estar por casa entre el bullicio. La gente me miraba extrañada y me señalaba sin cesar, podía llevar un abrigo de pieles en el mes de agosto. Las voces de la pequeña ciudad en donde vivía se alzaron y alertaron a mi hija que, a partir de entonces, me vigiló desde cerca. Es más, hasta se trasladó a vivir en mi casa mientras tu presencia se hacía más fuerte. Me amenazabas con dejarme. Mis pensamientos alborotados se oxidaron. Te amé y te odié al mismo tiempo sin llegar a distinguir los sentimientos. Me alteraste y gritaba a todas horas. Avanzabas deprisa y me ataste en la cama. Y entonces, después de engullir la pastilla, solo quedó el silencio, duro y doloroso.

Pero no, de fondo oía la música de tu voz atenta, me cuidabas mientras mis ojos se cerraban. Era tu trabajo. Eras el asistente que contrató mi hija para sentirme querida, suplantaste el cariño que ella no podía darme por andar siempre ocupada. Fuiste un halo fluorescente entre mis venas pálidas y viejas. Pero a ti, Germán, no va dirigida esa carta, quiero que se la hagas llegar al responsable de todo ello, el que me ha hecho perderlo todo poco a poco. Te la he dejado colgada en la nevera para que la encuentres fácilmente. No me busques. He salido por tierra, mar o aire, qué más da ya ahora que me encuentro lejos.

Sin ti, el mundo se abre y me llueven distintas posibilidades que aprovecharé. No te quepa ninguna duda. La sensación de libertad me invade.

Andaré sin descanso, libre, entre las copas de los pinos, mientras mi nombre, Azucena, florecerá antes de borrarse de nuevo. Antes de que el ciprés me tatúe la espalda con su copa fina. Antes de que el Alzheimer, tu nombre, en este breve momento de lucidez, vuelva a besarme los labios de cartón con su manta de cuero negro, correré sin sosiego. Porque mi voz, sin ti ya, me es debida. Mi voz que habla sin irse por las ramas quebradizas del olvido. Mi voz, la que tanto echaba de menos, se instala en mi garganta para gritar a los cuatro vientos que no te echo de menos.

Tu olvidadiza y huidiza víctima

® Helena Sauras

Photo by katie johnstone on Pexels.com

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