Electra se atusó el cabello, pero no consiguió domarlo. Aquel día ventoso era fatal por la electricidad estática y su pelo se acabó alborotando. No quiso mirarse en ningún espejo. Ella sabía que su situación no mejoraría ya. Estaba sin blanca y no podía ir a la peluquería. Lamentó haberse gastado todo el dinero en aquel negocio que la había arruinado.
Quiso comprarse otro secador, pero ni para eso le alcanzaba. Además, tampoco tenía gracia para peinarse. De ahí, la nube que le había quedado. Su pelo castaño oscuro era demasiado fino y volaba dispuesto a escapar de ella. Se preguntó hacia dónde querría huir. De ella misma, sin lugar a duda.
Después de reflexionar, creyó que tenía la autoestima baja. Aquella factura de luz era desorbitada y pensó en qué le diría su bisabuela si todavía viviera. En su época, no dependían tanto de la luz, ni vivían con tantas comodidades como ahora. Pensar en su bisabuela le desató un cálido recuerdo. Pobre, qué sería de ella si hubiese alcanzado la centena.
La electricidad era una fuerza superior. En la época en que vivían, lo importante era estar conectados. A todas horas, a través de enchufes que suministraban energía a todos los electrodomésticos, fueran o no necesarios.
Electra tenía las manos frías y el cuerpo al borde de un resfriado. La estufa no funcionaba. Le habían cortado la luz por culpa de aquella factura que no había podido pagar. Pensaba en su situación como una tragedia. Se dio cuenta que ese no tenía que ser el progreso del que le hablaron.
No le habían hablado nunca de hacer un uso responsable, de no malgastar. De vez en cuando, miraba por la ventana e imaginaba su vida como una energía renovable. Le gustaría cambiar y dejar de consumirse.
® Helena Sauras
