Odiaba que le registraran los bolsillos. Era un atentado contra su intimidad del que siempre salía perdedor. En un momento todo quedaba a la vista de los demás. No podía ir a la playa sin ser descubierto. Posiblemente sacaría algún objeto lleno de arena que haría sospechar al director del internado. En su libreta había anotado todo lo que no le gustaba del sitio donde le obligaban a estudiar.
Tenía que ser un hombre de provecho. Y él no entendía por qué sus hermanas no estaban obligadas a pasar largas estancias en aquel colegio. Ellas podían quedarse en el hogar.
No había lugar más cómodo que aquella casa de madera. Esperaba que nadie la incendiase. La situación era insostenible. Había odios que podían cortarse. Lejos de su hogar, no podría defender a los suyos y aquí poco tenía que hacer. Extrañaba a sus padres y a sus dos hermanas. ¿Qué sería de ellos si las cosas se complicaban?
El director le hizo pasar a su despacho. ¿Qué habría encontrado esta vez? ¿Habría hallado la llave de la despensa entre sus pertenencias? La había hurtado hacía dos meses y entraba sigilosamente a buscar provisiones cuando el hambre le apretaba más de la cuenta. La guardaba en lugar seguro. No era posible que el director hubiese dado con ella. Seguro que esa mirada recriminatoria se debía a otra fechoría. ¿Había visto la piedra con la que rompió el cristal del laboratorio? Para experimentos estaba con todo ese panorama.
El director le hizo sentarse y escribir. Sabía que aquello era una trampa. Compararía su manuscrito con aquellas amenazas que había recibido. Gabriel se equivocaba. El director abrió la libreta que había perdido días atrás.
—¿Por qué no estás contento de estar con nosotros?
Aquella pregunta sonó como un disparo. Por su mente pasaron infinidad de ideas al ser descubierto. El director conocía sus pensamientos íntimos.
Gabriel titubeó más granate que la agenda. Le costaba admitir que era la añoranza lo que le corroía. Y sintió vergüenza de que otros supieran su debilidad. ¿Podría regresar algún día cercano a su hogar? Antes de que todo se truncara, antes de que la guerra estallara, antes de que su familia fuese asesinada. Respondió raudo como una bala:
—¿Qué me diría si le digo que puedo ver el futuro? ¿Usted me creería?
® Helena Sauras
