Te veo siempre obsesionada para que todo quede perfecto, pero hoy el ensayo general se ha interrumpido nada más comenzar. Una llamada telefónica ha quebrado tu paz. Tu rostro ha quedado paralizado entre lágrimas. No me he atrevido a preguntarte. Un silencio desolador se ha depositado en el escenario. Te veo marchar apresurada bajando las escaleras de dos en dos. Te sigo con la mirada hasta perderte de vista. Algo serio ha pasado. Y lo veo más claro, cuando otra profesora entra y nos informa que la clase se ha suspendido.
No entiendo qué es lo qué está pasando, por qué no puedo sorprenderte con mi tambor como otras veces he hecho. A veces, incluso me ha salido sangre de tanto ensayar. Mi insistencia no tiene límites. Estamos en el último ensayo general, a dos días de la verdadera función.
Recuerdo cuando te conocí. Tenía una palabra atragantada en la garganta. Tu media sonrisa me deslumbraba reteniéndome en la silla. Tartamudeé al presentarme:
—Soy Al… ber…to… —Te estreché una mano sudorosa por los nervios.
Empezamos a ensayar y te mostré el ritmo real que mi tartamudez desviaba. No te mostraste indiferente y creo que, al terminar la clase, percibí un gesto de aprobación, pues me elegiste para la función. Creí que crecía dos centímetros más de entusiasmo.
Tu novio vino a buscarte a la salida del trabajo. No sé qué viste en él y me lo he preguntado repetidas veces desde entonces. Sentí que te perdía desde aquel día y, al enterarme que ibas a casarte al finalizar el trimestre, mis celos se desbordaron y arrasaron todo lo que encontraron en su camino.
Supe lo que había sucedido al llegar a casa. Mi madre estaba al borde del llanto. Mi mirada reparó en las imágenes que salían del televisor. Eran desoladoras y confusas. Un terremoto había azotado Nepal, donde se encontraba mi primo.
—Ese Juanma siempre organizando despedidas de soltero originales —logró decir mi hermana entre lágrimas—. Había ido de escalada al Everest con el novio de Ana, ni más ni menos.
Guardé silencio. ¿Ana? ¿Ese era su destino? ¿Quedarse viuda antes de casarse? Una emoción me recorrió, y me sentí mezquino de alegrarme de desgracias ajenas.
Tardé en volver a verte y te imaginé en sueños sola que inexplicablemente se repetían. Veía cómo corrías y, delante de una inmensa montaña, te arrodillabas. Besabas la tierra con tus labios húmedos. Un mechón rizado de tu gruesa melena se metía en tu boca. Llorabas y me contagiabas tu llanto, pues me despertaba con las mejillas mojadas. Querías ser tierra, volver a ella. Tu ánimo crujía tembloroso al recordar a tu alma gemela. No estaba preparado para ver tanto dolor que emanaba de tus poros devastados.
El día en el que volviste a clase, te observé. Estabas tan demacrada y decaída, que tu alma estaba más baja que tus pies. Me arrepentí de haberte deseado, porque tendría que haberme conformado con amarte así, tal cual, en brazos de otro, si con ello te veía feliz. Era un egoísta.
La verdadera función había quedado retrasada hasta tu regreso. Volvimos a ponernos a nuestros puestos. Yo, con el eco de mi tambor latiendo más allá de la percusión, por toda la sala. Volvía a sudar. Mi corazón se desbocaba y entraba en un callejón sin salida. Solo por verte. Me sentí cursi y extraño. Te amaba, pero tú no lo notabas. O no querías saberlo. Me agarré fuerte a las baquetas y las estrellé contra el tambor. Entré a destiempo expresamente. Quería que te dieras cuenta de mi presencia. Me acabaste expulsando de allí.
Varios días después, la vibración de una llamada interrumpe la clase. Coges el móvil rápido, emocionada al reparar quién es. Tus alumnos te interrogamos con la mirada. Tu voz es suave y alegre al responder, cosa que me agrada. El espejismo de una esperanza aflora de tus sonrosados labios.
—¡Está vivo! –Oigo que exclamas.
Vives deprisa desde este mismo instante. Corres hacia la salida porque tu corazón ha brincado al saber la noticia. Y en tu interior, la música, tu vida, empieza a latir.
Yo seguiré solo palmeando con mi tambor, con ritmo adolescente y estudiantil. Te observaré desde esta distancia efímera, que se acorta cuando me miras. Y te imaginaré contenta en otros labios. Y te idealizaré por segunda vez. Estarás lejos de mí, porque desde este momento para ti y, con la idea fija de una ilusión amorosa y un regreso… Los tambores comenzaron a sonar.
® Helena Sauras
