Mi mundo literario

Las creaciones literarias bilingües de Helena Sauras

Como cada día abuelo y nieta se sientan frente al mar. Permanecen en silencio encima de una roca. Hoy el abuelo está decidido a que su voz áspera sea más fuerte que las olas:

—Te voy a contar una historia, pequeña. Una de esas, que cuestan expresar por todo lo que llevan dentro.

»Había un hombre a quién le gustaba tanto la soledad que se hizo marinero para explicarle al mar lo que no se atrevía a decirle a su mujer: que su amor había terminado.

—¿Para siempre?

—Sí, Eva. En ocasiones, la vida te indica cuando ya se han agotado todas las posibilidades.

»Había huido como un cobarde de su esposa, que no paró de buscarlo removiendo todos los mares hasta que un día dio con su paradero.

—¿Y qué pasó?

—Su esposa lo esperó en el camarote donde le habían dicho que su marido pasaba las noches, pero el marinero no subió al barco al enterarse. Ella se alteró cuando se dio cuenta que el barco se ponía en movimiento y que su marido finalmente no iba a venir. Le volvía a perder la pista después de tanto esfuerzo.

»Salió y, en la cubierta, se encontró con el mar turbulento y con otro marinero, que llevaba un tatuaje de un ancla en el hombro y que, al verla, se echó a reír de sus aspavientos. Y la mujer, presa de los nervios, debió decirle alguna grosería de las gordas…

—¿Una palabrota de las que no me dejas decir?

—Sí, pequeña, que vale la pena no pronunciar.

»Como te decía, el nuevo marinero la vio tan desesperada, que le explicó la verdad y lo que su marido nunca le había confesado.

—¿El qué?

—Que había tenido una relación con otra mujer de la que había nacido una niña.

—¿En serio? ¡Vaya tela!

—Sí, una niña como tú, de ojos celestes y piel sonrosada. El marinero también las había abandonado y se había ida a navegar por el mar para huir de sus responsabilidades.

—No me gusta ese marinero, abuelo. Me recuerda a…

Y la niña calló de repente y el abuelo también. Ambos se quedaron mirándose y luego echaron la vista otra vez al mar, donde se veían las olas salvajes. El abuelo carraspeó y no supo por qué le había empezado a explicar esa historia a su nieta.

—¿Tú crees que mi padre volverá, abuelo?

—No lo sé, pequeña.

—Quizás algún día se acuerde de mí.

El abuelo bajó su mirada, porque conocía a su hijo y sabía que le gustaba eludir cualquier responsabilidad.

—¡Mamá! —llamó Eva.

El abuelo vio la sombra de su nuera acercarse a ellos y se alegró de que hacía días que, ni tenía los ojos llorosos ni su mirada temblaba. Había pasado tanto tiempo sin tener noticias del padre de Eva, que la angustia que la corroía en un principio había acabado disipándose. Como mujer fuerte que era, había acabado pasando página.

—¿Qué hacéis?

—El abuelo me cuenta historias de un marinero.

—¿Sabías que tu abuelo fue marinero?

—¿En serio? Abuelo, ¡eso no me lo habías contado!

El abuelo tosió y, con manos temblorosas recorrió su brazo derecho, donde debajo de la ropa llevaba tatuada un ancla.

—Pero de eso hace mucho, muchísimo tiempo…

—¿Y qué pasó?

—Abandoné el mar por mi futura familia.

Y los tres se abrazaron.

El abuelo recordó cómo, después de los aspavientos y de aquella grosería inicial, vinieron las confesiones y el comienzo de una relación, que se reafirmó cuando su hijo nació meses después.

Finalmente, se casó con aquella mujer abandonada por el marinero cobarde, el que nunca fue su amigo.

—Tu abuela valía mucho, pequeña.

—Sí, lástima que…

—Se fue demasiado pronto, ¿verdad?

El abuelo notó el gusto a sal del aire que los acompañaba y unas nubes, que amenazaban tormenta, se desplazaban por el cielo empujadas por un fuerte viento.

—Será mejor que nos resguardemos.

—Sí, la lluvia no tardará en llegar.

Y una primera gota cayó en la cabeza del abuelo. Los tres se levantaron de la roca y se fueron camino a casa. Mañana, si el tiempo acompañaba, volverían a esperarle en el mismo lugar, por si él decidía regresar arrepentido de su aventura.

® Helena Sauras

Fotografía de ® Llorens Marin Rosales

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