Me enojé al abrir tu regalo. Te diré la verdad. Me esperaba otra cosa para mi cumpleaños. Una baratija mona, algo especial como un vale para un masaje. Se me ocurren infinidad de detalles para hacer revivir nuestra relación que estaba un poquitín adormecida. Y tú la has acabado de hundir con tu gesto inoportuno.
Yo nunca he sabido batir un huevo, pero me gusta tener la sartén cogida por el mango en nuestra relación. Creo que no merezco esa indirecta. Ya sé que no te gusta que lea ficción, porque luego dices que las comparaciones que hago son odiosas. Me entusiasmo por la vida que tienen los demás. Ya ves tú, aunque sea inventada.
Me gusta evadirme después de un gran día de trabajo: quitar el polvo, barrer, fregar, tener la casa más o menos limpia. Yo estaría tumbada como una gandula perfectamente, pero prefiero tener la casa en condiciones, porque así se descansa mejor. Toda tranquilidad es poca en ese hogar. La paz me invade antes de que regreses. Huelo la tapa de un libro, lo abro y me sumerjo en su lectura. Una llave en la puerta me interrumpe. Son los niños que reclaman su merienda. Se la preparo pensando todavía en el entorno que me envolvía en el libro. Puedo estar contenta porque en aquella época no había tantas comodidades como ahora. Enchufo el lavaplatos mientras pienso en eso. En cada momento se es esclavo de algo. Ahora lo somos de la electricidad y de las nuevas tecnologías. Mi smartphone se ha quedado sin batería y ya van dos veces en lo que va de día. Tendré que cambiarlo. ¿Lo ves? Me hubieses podido regalar uno más nuevo, de una nueva generación de esas que acaban de salir.
Tu regalo lo acabaré arrinconando. El polvo acabará depositándose en él. Ya sabes que no me gusta que me digan lo que tengo que hacer. Odio los pasos, las órdenes, los procedimientos. Las últimas instrucciones que leí fueron las del secador del pelo. Se acabó incendiando y me chamuscó el flequillo. Otro regalo de los tuyos. Luego averigüé que lo habías comprado en los chinos. Bueno, más bien lo acabaste confesando, después de mi particular interrogatorio. ¿Tan poco te importo?
Llegas hambriento. Me preguntas si ya he estado practicando. Niego con la cabeza en seco.
—Fue idea de los niños —comentas.
—Y a ti ya te fue bien, ¿no? —Pregunto perforándote con mis pupilas.
Te encoges de hombros sin responderme y con la mirada gacha.
—La única tarea doméstica que tienes asignada y me la quieres pasar.
—No es eso… —Te excusas.
De repente, toda la casa se queda a oscuras.
Acabamos comiendo unos bocadillos a la luz de las velas, aunque el ambiente está a años luz de ser romántico y está bastante caldeado.
—Otra vez frío —rechistan los niños por convertirse ya en una rutina en sus vidas.
Muerdo el bocadillo de queso y lamento el apagón que sufrimos. Desde el estante superior, la tapa brillante del libro de cocina que me has regalado parece que se parta de risa de la situación.
®Helena Sauras
