Aprobada a la primera. La teórica del carnet de conducir ya pasó a la historia y empiezo las prácticas por la ciudad con ganas. En los instantes que conduzco, me siento dueña de mí misma, porque soy yo la que dirijo mi vida. Ha pasado casi un año en que lo dejé definitivamente, sin contar mi recaída, pero cada día que pasa es un pulso que le estoy ganando a mi adicción. Lo más importante es que me siento libre, sin ningún impulso que empañe mi día a día, ya que el alcohol me llamaba continuamente a consumirlo. También tranquila, porque al dejarlo esos mismos impulsos han cesado, y me lleno de vitalidad.
Me siento radiante, llena de vida, y de ilusión. Por eso, durante el mes frío de febrero, en el que la bebida no nos calentará el cuerpo llenándolo de falacias y dominando nuestra existencia, pintaremos un mural con nuestras manos. Un mural donde el color será testigo de nuestra fuerza unida. Las paredes las dejaremos para primavera, porque se podrá ventilar la sala donde hacemos la terapia y las contiguas, pero el mural no puede esperar. Paquito está empezando a dejarla y, los unos primeros días, siente un temblor incontrolable en sus manos, que le hacen pensar que no será capaz de pintar.
―Déjate llevar, Paquito ―le digo y hago que su mano se dirija por un extremo del lienzo.
Luis, en un primer momento, concentrado en una mezcla de pinturas, me mira de soslayo al oírme. No tiene muy claro todavía que simplemente soy amable con Paquito. Quiero ser su amiga, brindarle complicidad, y servirle de hombro para apoyarse. Pero la sombra de unos celos sin fundamento, cubren la mirada de Luis, al vernos trabajar juntos. Me siento afín a Paquito, por su historia que nos contó hace unas semanas.
Sé lo que se siente cuando te abandonan sin explicación alguna, cuando tu mesita de noche se tapa de soledad, cuando es la intermediaria de malas noticias, que te hacen pasar malas noches, cubiertas de embriaguez por pavor de enfrentarte a lo que será de tu vida a partir de ahora. Sin amor, sin pareja, sin la estabilidad que te llenaba. Y vuelta a empezar.
Días después le comentaré a María esos pequeños ataques de celos, que siente Luis al verme tan cerca de Paquito.
―Luis está inseguro ―me contesta María sentándose en el sofá de Toni―. Compréndelo. Primero, no sabe lo que le va a pasar respecto al juicio que le espera, y segundo tiene miedo de perderte. A parte, está la diferencia de edad.
―¿De qué diferencia me estás hablando, María?
―Hombre, ―me contesta encogiéndose de hombros― tú le llevas cinco años a Luis. Paquito es tres años mayor que tú. Luis piensa que lo ves como un crío, se lo dijo el otro día a Toni, pero no le digas nada, ¿vale?
―Claro que lo veo como un crío ―la interrumpo―. Porque se comporta como tal. Esa inseguridad nunca le abandona.
―Háblale, hazle ver que sólo tienes ojos para él.
―Parece que me estés implorando, María. Ya estoy harta de sus malas caras cuando me acerco a Paquito. Nunca he sentido interés sexual por él. Ni un ápice.
―Pero no negarás que es guapo ―me comenta María.
―Feo no es. Pero sólo quiero ser su amigo. Sólo faltaría embarcarme en arenas movedizas otra vez. Con una vez ya tuve suficiente.
―¿Por qué no firmáis verbalmente un pacto de fidelidad? ―me propone María―. Está muy inseguro, porque no te vas a vivir con él, porque prefieres a tu prima Susana.
―Si a esas alturas no ha comprendido que quiero hacer las cosas bien, es que no ha entendido nada. María, no quiero precipitarme. Luis es dulce, pero últimamente se está agriando.
―Tenéis un viaje pendiente, en Semana Santa, aprovecha para hacerle sentir especial, Elisa. A Luis le falta algo de autoestima desde que ha aparecido Paquito. Como Paquito no tiene pareja, y es una persona herida por su pasado, pues cree que a lo mejor…
―Pues que no crea nada, si no cambia de actitud me acabará perdiendo, María. No me gustan los malos rollos por cosas inventadas, por sensaciones infundadas. Así son los celos.
―Ya… Son fantasmas que te recorren la falta de seguridad y autoestima.
―Luis no confía en sí mismo. Me da pena que sea así. Está cambiando su actitud poquito a poco, y no nos conduce hacia ningún lugar. Bueno, María, no quiero hablar más del tema. He venido a ayudarte a elegir vestido de novia. ¿Nos vamos ya a la tienda?
―Espera que venga Rebeca. No puede tardar mucho ya.
―Como siempre, se retrasa ―digo comprobando el reloj.
―Hoy tiene excusa. Pasaba la mañana con sus hijos. Ahora les debe estar recogiendo el padre. Esperemos un poquito más.
―¡Qué remedio! ¿Una partida al simulador?
Después de unas cuantas partidas en donde conduzco diferentes coches de carreras, llega por fin Rebeca. Sus ojos transmiten la alegría de haber estado con sus retoños.
―Las despedidas siempre se alargan ―comenta al llegar―. Mamá esto, mamá, lo otro… Y hoy su padre se ha retrasado, cosa que le he agradecido. He podido disfrutar más tiempo de ellos. Bueno, ¿preparadas para elegir el mejor vestido de fiesta?
―Sí, damas de honor ―contesta María ilusionada.
―No habrá ciudad que se nos resista ―digo yo.
―Ni ciudad, ni chico ―dice una Rebeca segura.
Reímos las tres al unísono, y nos vamos directas a la tienda, especializada en vestidos de fiesta. Miramos catálogos y al fin, Rebeca y yo, nos decidimos por unos vestidos violeta sencillos en su corte, pero muy elegantes. María se prueba varios vestidos de novia, le disimulan sus curvas y noto como tiene experiencia en elegirlos. No es su primera vez. Sé que el otro vestido que tenía pensado lucir en su boda con Víctor, lo acabó revendiendo en ebay.
―Ese te va como anillo al dedo ―le dice Rebeca.
―Es verdad, María.
―Es muy caro, no tengo presupuesto para tanto ―puntualiza María.
Y dirigiéndose a la dependienta, le hace enseñar únicamente vestidos con un presupuesto bastante ajustado. La dependienta hace una mueca de burla. Nos mira de arriba abajo y, después de aclarase la voz, nos sugiere que nos vayamos a una tienda de segunda mano.
―¡Será imbécil, la tía! ―dice María una vez hemos traspasado la puerta y nos encontramos otra vez en la calle-.
―Los vestidos de novia siempre han sido muy caros ―comenta Rebeca.
―Es verdad ―le doy la razón.
―¿Qué ha pasado con tu dinero, María? La semana pasada me dijiste que tenías más ―pregunta inocentemente Rebeca.
―Se lo he devuelto a su dueño ―contesta María, que se nos ha adelantado unos pasos.
―¿Qué dueño, ni qué niño muerto? —vuelve a preguntar Rebeca.
María se vuelve hacia nosotras con calma. Su mirada denota misterio.
―Quedé con Nacho la semana pasada ―nos contesta, evitándome mirarme a mí―. Le devolví el dinero, que le había quitado mi hermana. Incluida la casita en Portugal.
―¿Qué hiciste qué? –pregunto alterada.
―Lo justo ―me contesta María―. Ahora tengo la conciencia tranquila y no sabes lo bien que dormí por las noches después de aquello.
―¿Y por qué no nos dijiste nada?
―No surgió, ni lo vi conveniente. Quedamos a solas. Bueno, delante de un notario ―rectifica―. Y todo quedó solucionado.
―Ya… ―dice Rebeca pensativa.
―Pues eso, me compraré uno de segunda mano. ¿Miramos en ebay? ―sugiere María―.
Volvemos a la casa de Toni a conectarnos a Internet. Al cabo de poco de mirar, y remirar diferentes vestidos, y desilusionarnos, porque no encontramos tallas, que se ajusten a las curvas de María, llegan Luis y Toni. Minimizamos la pantalla antes de que los chicos entren.
―¿Qué hacíais, chicas? ―se interesa Luis.
―Cosas nuestras ―contesta María con un poco de bajón en su voz.
Luis y Toni se van a llamar a Jesús y a Paquito para echar una partida al futbolín. En un plis plas, los cuatro se reúnen para jugar. Luis y Paquito van en equipos contrarios, y se nota cierta rivalidad, que va más lejos del simple juego.
―Arreglad lo vuestro ―me susurra María al oído cuando ve el panorama-.
―Lo intentaré ―le contesto sin gracia y suspirando, porque el ambiente que se está cargando no me hace ninguna.
―Mañana acaba febrero y acabamos el mural, ¿no? ―dice Jesús después de la partida.
―Claro que sí ―contesto ilusionada―. Vamos a dejar una huella profunda en esa terapia, que nos ha revitalizado por completo.
―Sí, «la mejor cicatriz es la que se olvida» ―declama Paquito, citando un eslogan de publicidad.
―¿Hemos dejado una cicatriz de pintura, Paquito? ―le pregunto confundida.
―Sí ―me contesta―. Al dejar la bebida, nos quedó a todos una cicatriz y hemos sido sus cirujanos plásticos para subsanarla.
―No me lo había planteado así ―le contesto asombrada.
Y pienso que su planteamiento es genial y me deja pensativa durante unos segundos en los que le sonrío. De nuevo, Luis me mira de reojo sin decir nada, pero creo que se está calentando. Son ese tipo de conversaciones las que no soporta, cuando me vuelco completamente en lo que dice Paquito. No me dirá nada al respecto, pero le notaré algo distante y enfadado lo que queda del día.