Una oleada de agua fría me salpica inundando toda mi alma. La frase pronunciada entrecortada de Toni, me ha dejado petrificada, como los árboles desnudos, que hay enfrente de su casa. Permanezco inmóvil, asimilando las duras palabras de mi amigo, y mis ojos, escrutando los suyos, poco a poco se bañan, porque mis lágrimas retenidas durante horas ahora se han decidido a salir. Una vez brota la primera, numerosas la siguen, imparables, deslizándose con fuerza por mis finas mejillas. Lloro con una mueca de sorpresa en mi rostro. Mi boca entreabierta no puede cerrarse, porque se ha quedado así del impacto sufrido, del susto espantoso, que da paso al terror absoluto. Mi parálisis poco a poco se convierte en temblor, y las lágrimas vienen acompañadas de sollozos, que chillan desde mi garganta. Mientras siento como tengo los puños apretados con mis nudillos en profunda tensión, tengo ganas de descargarlos sobre alguien y mis manos cerradas chocan contra el torso de Toni, pegándolo repetidas veces, sin parar, diciéndole:
―¡Me dijiste que había sido un accidente! ¡Un maldito accidente, joder!
Toni no se inmuta de mis golpes, porque están cargados de debilidad, de sollozos, de desgarro interior y me deja hacer hasta que, cuando poco a poco me voy tranquilizando, sus brazos me rodean. Su ropa huele a leña. Un penetrable olor, que me indica que donde estoy hace frío, aunque yo no lo sienta, porque he dejado de sentir, que es tiempo de estar al lado de la chimenea, acurrucados en el sofá, y tapados a poder ser con una manta gruesa.
―Elisa, ―me susurra― entra y te lo explico.
Y sus manos me dirigen hacia su comedor, donde el fuego repiquetea con la leña, lamiéndola, carbonizando, polvorizando. Mis pasos vacilantes, e inseguros, acompañados por los suyos, me dirigen hacia el sofá donde me siento para que Toni me despeje mis dudas, que son muchas, pero una parte de mí no lo quiere escuchar. Quiere quedarse en el pueblo, con mis padres y mi familia, antes de la llamada, cuando desconocía todos los detalles que sé que vendrán a continuación. Toni que se ha sentado a mi lado, tose, se aclara la voz y empieza explicándome lo acontecido en las últimas cuarenta y ocho horas.
―Elisa, Luis llevaba unos días nervioso por su trabajo…
Mi mirada ante todo demuestra sorpresa, pues en ningún momento se lo había notado. Y Toni continúa, relatándome otra parte de mi novio, que desconocía por completo, como si me hablara de otra persona alejada a mí.
―Habían cambiado la imagen corporativa de la empresa, y renovado su página web, junto con su blog, para hacerlo más personal, más humano. En la pestaña de «Quienes somos» salían sus nombres junto con una foto de cada uno de ellos. Luis llevaba días angustiado, pero no se pudo negar a aparecer en esta ventana al mundo, pues estaba en juego su empleo.
―Y su padre lo encontró… ―musito con resignación.
―Sí, así es. El viernes día veintiuno por la mañana, se presentó en la empresa y habló con la secretaria. No mintió, dijo que era un familiar de Luis y que quería sus señas, porque se había perdido por la ciudad, y creía que no tenía bien la dirección. La secretaria se las dio en el acto…. Luis no se encontraba en la empresa estaba… bueno, eso ya no importa, estábamos eligiendo regalos navideños y, comprando comida para la cena de Nochebuena. Se había tomado el día libre y lo pasó conmigo. Hablamos, le dije si necesitaba algo a lo que respondió que no, y nos despedimos. El lunes por la mañana, te acompañó a la estación de autobús… y luego se fue a trabajar. La secretaria le preguntó si había recibido alguna visita en su casa, pues un hombre de mediana edad, calvo y con gafas se había pasado por allí preguntando por él diciéndole que era un familiar. Luis ya no estuvo tranquilo en todo el día, pues no tenía trato con ninguno. Se vino a mi casa, me contó su angustia, y yo le tranquilicé lo mejor que pude, porque pensaba que este hombre se habría confundido. Estuvimos hablando de ti. Hacía escasas horas que te habías ido, y ya te echaba de menos, le dije que te llamara y así lo hizo. Cuando colgó sus labios dibujaban la mayor sonrisa, que le he visto en la vida, pues la angustia que sentía se había esfumado. Tú le habías dicho que le querías, y eso fue la mayor alegría que había tenido en años. Luego fue a cambiarse de ropa… a su casa… pasaron las horas y no venía. María y yo ya habíamos preparado la cena y él que se ha había ofrecido a colaborar no venía. Menuda cara, pensé…. A las diez y media recibí una llamada en mi móvil de Luis, pidiéndome a gritos que fuera a su apartamento. María se quedó, algo había pasado, y gordo, pero como lo desconocía por completo fui yo solo…
―¿Y qué te encontraste, Toni? ―pregunto con desazón.
―Llegué, la puerta del apartamento estaba abierta de par en par y Luis en un rincón del recibidor agachado, fregando el suelo con un trapo a todo gas. Es inútil, Toni, me dijo, por más que frote no se va. Cuando me di cuenta vi que eran manchas rojizas. Luis se levantó y reparé que llevaba la camisa manchada de sangre. Me asusté tanto, Elisa, no sabía a qué se debía todo aquello… Al cabo de poco lo vi, un cuerpo en el fondo del salón… Me ha forzado la puerta el muy cabrón, me dijo, Luis. Cuando Luis llegó a su casa, su padre lo estaba esperando cuchillo en mano, Elisa…
Los pelos de mi piel se me erizan, atónita por todo lo que estoy escuchando.
―Luis, después de discutir con él, de esquivar sus golpes y cuchilladas, cogió la única arma que tenía en su piso… un paraguas con la punta de hierro… se lo clavó en el cuello, la sangré empezó a brotar y su padre se desplomó partiéndose la crisma con la mesita de cristal.
―¿Y qué hicisteis?
―Luis quería deshacerse del cadáver y que lo ayudara…. Me lo suplicó, arrodillado cómo estaba en el suelo, fregando los restos de su propia sangre y la de su padre pero… no pude, Elisa, la situación me sobrepasaba. Así que llamé a la policía y a una ambulancia desde el balcón, mientras Luis creía que estaba llamando a María para decirle que nos íbamos a retrasar. Me comprendes, ¿verdad? ―Y me mira como pidiéndome perdón, necesitando un hombro para poder consolarse.
Asiento, pero una pregunta que lleva rato golpeándome en las sienes, porque me resisto a preguntarla acude a mis labios.
―¿Dónde está ahora Luis? —pregunto mientras siento mis miembros muy pesados, de plomo.
―En el hospital, pero no nos dejan verlo, Elisa. Pronto pasará a disposición judicial. ―Y un par de lágrimas se deslizan hacia la comisura de sus labios―. Tú hubieras hecho lo mismo, ¿verdad?
Después de un largo silencio, que se ha instalado entre los dos, saco de nuevo mis fuerzas para decirle:
―Hiciste lo correcto, Toni.
―¿Confías en la justicia, Elisa?
―¿Legítima defensa, no?
Y es que mis dudas ahora naufragan entre charcos tenebrosos, donde la balanza de la justicia, que me ha enseñado Luis, me llevan a la deriva…
no em surten els capituls 32, y 33
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