Mi mundo literario

Las creaciones literarias bilingües de Helena Sauras

 

Me despierto. Abro los ojos lentamente y los vuelvo a cerrar, porque me pesan. Tengo la cabeza llena de niebla espesa y me vuelvo a dormir sobre mi funda nórdica azul durante horas. No sueño. No puedo crear imágenes. Todo es oscuro y relajado. El sol de mediodía se deposita en mis párpados, me olvidé bajar la persiana. Los abro, me deslumbro y me levanto lentamente de mi cama. La cama está hecha, cuando llegué me tumbé tal cual sobre ella, y he acabado sintiendo frío.

Me noto la garganta inflamada y me duele al tragar. Un moquillo se desliza por mi nariz, mierda, ¡me he resfriado! Me levanto lentamente, tengo el cuerpo reseco, rasposo, y veo que estoy llena de arena fina, por mis piernas, mis brazos, mi ropa y mi cabello que se ha vuelto a encrespar. Miro mis zapatos de tacón, sí, allí también hay, por las suelas e incluso dentro de ellos. No me apetece ducharme tal y como estoy pero aún así lo tengo que hacer.

Voy hacia al lavabo, me bajo las bragas y meo. Me doy cuenta, que las tengo manchadas de savia blanca y espesa. Oh, cielos, ¡Nacho! No me acuerdo de nada, la cabeza me da vueltas y siento náuseas, que suben por mi garganta. Intento hacer un esfuerzo mental: el bar de la esquina, sus palabras, mis emociones, las suyas, el beso húmedo y suave… Sí, hasta aquí recuerdo. Luego, nada más.

Patético. ¿Fuimos a la playa? El rastro que he dejado sobre la colcha no me deja ninguna duda. ¿Follamos? La mancha de mis bragas es más que evidente. Abro el grifo de la ducha, y lo giro hacia la izquierda para que el agua caliente llegue. Poco a poco el vapor va empeñando el espejo, que muestra mi penosa imagen. Nunca debí beber, me maldigo. Me pongo bajo el chorro de la ducha y me quemo, porque no he graduado bien la temperatura, pego un grito y giro un poco el grifo hacia la derecha. El agua arrastra la arena, me enjabono con mi gel y me lavo el pelo con el champú de Sandra, porque el mío no lo encuentro.

Debajo de la ducha me acuerdo de Luis… ¡oh, cielos! Me seco con el albornoz rápidamente, corro por el pasillo hacia mi bolso, que está tirado por el suelo, lo abro y saco mi móvil. Lo enciendo, escribo el pin con mi mano derecha temblorosa, se conecta y no tardan en llegarme mensajes de Luis e infinidad de llamadas perdidas. «¿Dónde estás?», «¿Te ha pasado algo, Elisa?”» «Te estoy esperando», «Da señales de vida, ¡coño!”» y por último: «No hacía falta que jugaras conmigo de esta forma, Elisa, hasta nunca.»

Oh, la casita rural, nuestras mini vacaciones ahogándose entre los vasos de Martini que me bebí. Tengo ganas de llorar y así lo hago, el último mensaje, escrito desde la rabia del plantón que le di, me ha traspasado. Le llamo para disculparme, aunque sé que no tengo perdón, pero no me lo coge. Insisto, pero nada. Lo he tirado todo por la borda y siento que la cabeza me va a estallar en cualquier momento.

Me tomo un ibuprofeno con un poco de agua que está demasiado fría. ¡Cómo echo de menos que no esté Sandra, pero ella también se ha ido a un hotel con Jaime y creo que no es conveniente molestarla con mis malos rollos. ¿Por qué tuvo que aparecer Nacho en mi vida precisamente ayer por la tarde? Y pienso, que el destino es caprichoso y cruel, que solo está jugando conmigo con un maléfico plan, que me lleva a la deriva.

Me dejé llevar… Elisa, eres demasiado impulsiva. Me riño. No deberías haberte acostado con Nacho. Tú tenías que estar con Luis, en la escapada romántica, perdiéndote entre sus brazos. Pero el alcohol, que todo lo tiñe de gris, ha vuelto a aparecer en tu camino, y te ha llevado a la perdición. Eso no era lo que yo quería, me digo, mientras las lágrimas me están resbalando por mis mejillas. Me saco el albornoz, lo cuelgo en la percha y me pongo el pijama de franela. Tengo frío interior y enciendo la calefacción. Van a dar las tres, no tengo nada de hambre, me siento en el sofá y enciendo la televisión. «Titulares, noticias, empezamos…» Cierro los ojos e intento relajarme, porque me duele todo el cuerpo, y estoy muy tensa.

Hago zapping pero no ponen nada de interés y vuelvo a poner las noticias. La crisis, la prima del riesgo, y ¡la madre que la parió! Pero de pronto, una imagen de una playa irrumpe en el salón. Esta mañana unos deportistas han encontrado un cuerpo sin vida en el mar de mi ciudad. Subo el volumen de la tele, nada interesante, todavía no han identificado el cuerpo. Solo saben que se trata de una mujer y la policía ha abierto una investigación.

Apago la televisión y me voy a pintar un rato. Ghato, que todavía no ha comido, me reclama y le doy un trozo de jamón que se lo come con ansiedad. Preparo las pinturas, y espero que ellas me relajen de mi mal día. Hoy estoy realista e intentaré pintar una marina a partir de la memoria, trazo las primeras líneas y continuo, el lienzo me arroja a infinidad de sensaciones y pierdo la noción del tiempo. Al cabo de un buen rato, noto mis mejillas muy calientes y pienso que tengo fiebre, voy a buscar el termómetro y me lo pongo. Uf, treinta y ocho. Paro de pintar.

Me caliento un vaso de leche con un chorrito de miel, y me acuesto en el sofá. Vuelvo a encender la tele, casi las nueve de la noche, vuelven a dar las noticias, en mi memoria sólo veo la casita rural, que me he perdido por mi culpa. Luis no me ha devuelto la llamada, y creo que debe estar muy enfadado conmigo.

Una imagen en la tele, han identificado el cuerpo de la joven: Luz Casas Ribes, ponen una foto de ella y me entra el mayor escalofrío, que he sentido en mi vida. Subo el volumen casi al máximo. La policía está investigando las personas de su entorno, aunque no descarta ninguna hipótesis. El cuerpo lo han trasladado para hacerle la autopsia. Las noticias cambian de caso, hago zapping por si en algún otro canal también dicen la noticia. Así es, Luz impregna con su foto distintos canales, en uno oigo que si se trata de otro caso de violencia de género. La cabeza me va a mil y pienso en Nacho, ¡oh no! Él no sería capaz…. No sé por qué, pero miro mis manos, tengo todavía arena en mis uñas, me voy al lavabo para cortármelas y rascar con un cepillo.

Me duele todo, me arremango las mangas del pijama y veo que en los brazos tengo unos arañazos y algún que otro moratón que, cuando me he duchado, no me he dado cuenta de ello. No me acuerdo de nada, no tengo ni una simple imagen de la playa, ¿me caí? También me duele mucho la espalda, me giro y me miro en el espejo con el pijama levantado, tengo otro moratón en las lumbares mucho más grande. ¿Qué pasó ayer? Otro escalofrío me sacude, me miro fijamente a través del espejo, porque una idea ha aparecido de golpe y porrazo en mi mente, ¿le hice algo a Luz?

Llaman a la puerta y tardo en reaccionar, me he quedado anonadada mirándome en el espejo. Insisten, voy a abrir y deseo que sea Luis. No miro por la mirilla, y cuando abro la puerta, me encuentro con una pareja que nunca he visto antes.

¿Señorita Mejías?

Sí –digo yo.

El hombre, que es bastante alto, habla:

Queda usted detenida por el asesinato de la señorita Luz Casas Ribes.

Mientras la mujer me lee mis derechos, el hombre me esposa las manos, y siento que tengo el corazón en un puño con los cinco dedos marcados, que me aprietan, a su antojo.

Continuará…

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Un comentario en “La sal de las heridas 17

  1. Marian dice:

    Fantàstic! Ara sí que està açò força interessant, Helena! Felicitats. Estic desitjant que vinga el capítol següent! Una abraçada ben forta.

    Me gusta

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