Mis ganas de aprender despertaron. No sé si fue aquella vez que me taparon la boca con celo para que escuchara en lugar de hablar, o cuando me enseñaron a cantar para espantar la tristeza. O quizá cuando, con mucha práctica, aprendí caligrafía y más tarde gramática. En otro momento y, cuando ya sabíamos de operaciones y cálculo mental, nos enseñaron a usar la calculadora. Mis dedos temblaban de emoción al teclear el símbolo de la raíz cuadrada para no tener que calcularla de manera manual.
Más tarde vino el latín, las declinaciones soportaban mis tímidos pasos por las letras. Y tuve que elegir entre la carnicería de unos exámenes de una química que no acaba de comprender o aventurarme al griego. Y me decanté por las letras. A través de la historia, empecé a vislumbrar los orígenes de la humanidad hasta nuestros días. La filosofía salpicó de nuevos pensamientos mis años de instituto. En francés, aprendí a hacer crêpes como optativa y me sirvió en mis primeros años universitarios como menú semanal.
La literatura impregnaba mi vida de emociones y despertaba mis ganas de leer cualquier texto que cayera en mis manos. Y también me atreví a imitar a poetas y escritores de distintas épocas. Con el paso de los años, esfuerzo y repetición, conseguí encontrar un estilo propio.
Si tuviera que elegir a mi mejor maestro o maestra, no dudaría. Elegiría a todos aquellos que despertaron mi curiosidad por aprender. Que, aunque a veces tuvieran pocos recursos, con su voluntad aplicaron su método y me enseñaron a leer y más tarde a pensar a través de los textos. No me inculcaron qué pensar, sino que la reflexión se convirtió en propia. Y ese pensamiento crítico va variando con el tiempo, fluye y deja de ser marioneta, porque está vivo. Algunos maestros ya no están entre nosotros, porque han fallecido, pero su enseñanza se prolonga y se extiende hacia lo infinito a través de nosotros: sus alumnos. En este momento y por las redes sociales tenemos una oportunidad. Podemos reencontrarnos y rendirles un homenaje colectivo por su paciencia, tesón y buen talante. Las semillas que plantaron en nuestra mente ya han germinado. Gracias, maestros.
#MiMejorMaestro
