1998, centenario de Lorca. Por aquel entonces me tenía que enfrentar al examen de selectividad. Todavía no sé el por qué no estudiamos a Lorca en la asignatura de literatura española. En su lugar, comentamos los poemas de Pedro Salinas. Como era de esperar, en el examen nos salió en la opción A o B a Federico García Lorca. No me atreví a comentarlo, o sea que por narices tuve que comentar la otra opción que ahora no recuerdo si el texto era de Cela, de Delibes, de Juan Ramón Jiménez o de quién. Mis compañeros de clase siempre me preguntaron, ¿cómo te lo haces para interpretar un poema? Siempre he contestado lo mismo: ¿Yo? ¡Me lo invento! Eso sí, justificándolo. Cuando leo un poema nunca estoy segura de si he dado con la clave del autor. Sólo dejo que vuele mi imaginación e intento formarme una imagen aproximada del poema. La métrica y la rima nunca me han importado lo más mínimo. Me he fijado más en su significado, es como descubrir un jeroglífico de palabras escondidas. Puedo estar equivocada en mis interpretaciones o en mis pensamientos, pero disfruto imaginando metasignificados.
Los medios de comunicación en aquel 1998 homenajearon a Lorca con documentales y películas como Muerte en Granada . Un año después vi la adaptación cinematográfica de Yerma en el Canal+. En el Fnac compré sus Obras Selectas pensando en leerlas aquel verano. No fue así. El libro quedó ordenado en la estantería de mi habitación hasta que varios años después, con motivo de mi traslado, volví a reencontrarme con él. No tuve el suficiente valor para interpretarlos. Habían pasado demasiados años para enfrentarme a sus poemas. Falta de práctica, pensé.
Esperé unos meses hasta reunir su serie Lorca, muerte de un poeta y elegí un día para poder verla entera (seis capítulos, más de seis horas).
Después de verla, me sentí capacitada para empezar a leer sus obras. Y aquí me tenéis, con el libro entre mis manos saboreando las primeras palabras de Veleta . ¡Nunca es demasiado tarde!
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