Mi mundo literario

Las creaciones literarias bilingües de Helena Sauras

La rutina colmaba la vida de Juan: de casa al trabajo y del trabajo a casa. Cada día hacía el mismo trayecto aburrido, con las manos en los bolsillos, y cabizbajo.  Suspicaz, pensaba que su mujer le era infiel y su corazón le atizaba en el pecho bajo la sombra de esa sospecha.

Una tarde mientras miraba las baldosas grises desgastadas de una calle, algo destacó en el pavimento. Conforme se fue acercando, reparó que se trataban de unas llaves. Algo debían abrir, por eso las cogió. Le daba exactamente igual quién era  su dueño.  Tenía que averiguar qué abrían. Miró a derecha y a izquierda para estar seguro que nadie más le había visto cogerlas. La calle estaba desierta, sino fuera que al levantar la vista, y en el balcón de enfrente, se encontró con Remedios, fisgona por naturaleza. Normalmente la mujer regaba sus plantas y de paso, y disimuladamente, oteaba todo lo que pasaba a su alrededor. Las llaves las tenía ahora en el bolsillo de su chaqueta, y Remedios parecía no haberse dado cuenta de nada.  

Juan decidió cambiar su rutina e ir al bar de la plaza para hacer averiguaciones. Lo que en aquel bar no se sabía, simplemente no había sucedido.

Juan se encontró con algunos conocidos, y se puso a escuchar conversaciones ajenas, mientras saboreaba una cerveza fresca. El dueño del bar le insistió en que comprara un numerito de lotería, y le dijo que aquel año tenía la corazonada de que la suerte invadiría la comarca.

—No creo en la suerte, Paco —le contestó Juan—. Pero, por si acaso, quiero un numerito.

Un hombre con acento extranjero se acercó a la barra. Juan no pudo hacer nada más que asombrarse al oírle preguntar si alguien había encontrado unas llaves. El dueño negó con la cabeza y le sirvió un café. Juan se refugió en su cerveza.

—Esta noche no podré entrar en mi apartamento —se quejó el hombre—. Cuando venga el cerrajero a este pueblo perdido, ya será por la mañana.

El dueño del bar se ofreció a alquilarle una habitación del piso superior a lo que el hombre extranjero accedió.

Juan pensó que tendría el camino libre para entrar en el apartamento de aquel hombre que conocía de vista. Ni corto, ni perezoso, usó las llaves que había encontrado aquella oscura noche. Revolvió a su antojo cada habitación sin encontrar nada de interés, ni de valor.  Si no fuera porque al irse, reconoció en un perchero el pañuelo de su mujer.  Lo olió e inconfundiblemente, el olor de ella, le invadió tan fuerte que sintió una punzada de dolor. Se estremeció, tembló, y tosió, ante el golpe de infidelidad que recibió. Con sus aspavientos, el número de lotería le cayó del bolsillo.

Aquel veintidós de diciembre, su mujer hizo las maletas después de recibir una llamada. Su amante había encontrado un número premiado de lotería. Ambos viajaron durante largos meses por distintos países del mundo. Desde aquel día, Juan creyó firmemente en la mala suerte.

® Helena Sauras Matheu

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