El tono brusco de mi móvil me sobresalta. Ghato empieza a maullar sin parar y descuelgo el teléfono. Es Jesús. Su voz, grave y profunda, resuena en mis oídos: ―Luis acaba de salir ya. Tengo tiempo para mirar de reojo el calendario, que pende de la nevera de Susana: veintiocho, día de los Inocentes. ―Venga …