Mi mundo literario

Las creaciones literarias bilingües de Helena Sauras

El piso de Jesús y Sara es bastante amplio, pero poco luminoso, cosa que hace que se vea más pequeño de lo que realmente es. Numerosos libros reposan apilados en las estanterías del comedor. Observo cómo no hay ni una sola mota de polvo. Sara debe ser muy cuidadosa y pulcra. Me intento acomodar en el sofá, pero estoy muy tensa. Mi espalda está muy dura, y me duele el cuello que procuro no mover. Toni se sienta a mi lado, mientras oímos cómo Jesús está hablando por teléfono con algún compañero del bufete. Enseguida cuelga y viene hacia nosotros. Está serio, y su expresión me pone en alerta. Presiento que no nos va a dar buenas noticias.

Setenta y dos horas. Luis acaba de salir del hospital y empezarán a interrogarlo ―dice.

Y ahora… ¿sólo nos queda esperar? ―pregunta Toni.

Me temo que sí y saber los resultados de la autopsia, que se han retrasado más de lo habitual en estos días. Abrirán una investigación con todo.

Escucho atenta lo que nos está explicando Jesús. No podemos volver atrás, estoy estática, parada, y me es imposible tener coraje en este momento. Siento pánico, pero me es imposible temblar. Siento dolor, pero me es imposible expresarlo. Siento angustia, pero me es imposible diluirla. Siento tantas emociones, que recorren mi cuerpo inmóvil en estos momentos… Mi cuerpo no las demuestra, permanece ajeno a todo, pero mi mente no para de sentir este miedo a lo incierto, esta angustia a lo desconocido, esta incertidumbre que se instala en mis venas, y que navega por mi sangre, en cada latido contenido, por la incapacidad de mis gestos.

Veo como Sara se acerca sigilosamente a la mesa del comedor, y enciende el ordenador portátil. Sólo la veo de espaldas. Su pelo negro, brillante, y rizado le cae por los hombros. Al cabo de un momento está tecleando, y se separa de la pantalla para que la podamos ver.

Ese fue el inicio ―dice señalándonos una página web.

Me levanto del sofá para acercarme. La imagen de Luis, que aparece en ella, me resulta tan cercana. Su camiseta azul, su sonrisa a medias ante la cámara, su pelo castaño un poquito más largo que él último día en que le vi, sus ojos profundos como dos espejos del alma. Me detengo a observarla detenidamente, su nombre con sus apellidos estampados en el borde superior, a la derecha, la foto y en la parte izquierda, un breve resumen de su currículo.

SIATA, reza el logotipo de un naranja brillante: Soluciones informáticas a tu alcance. El estómago se me revuelve por minutos.

¿Puedo? –Interrogo a Sara mientras me apodero del ratón.

Todo tuyo, Elisa.

Empiezo a navegar por la web corporativa de SIATA, clicando en los distintos enlaces. El grupo de trabajadores al completo, compañeros de Luis que no había visto en mi vida, pues era él quién siempre me venía a buscar al trabajo. La mayoría chicos jóvenes, como mi novio, aunque expertos en el mundo de las nuevas tecnologías. Una animación de una chica con la pregunta «¿Puedo ayudarle?» capta de repente mi atención.

¿Fue ella quién dio las señas de Luis a su padre? —pregunto agitada.

Sí ―asiente Toni, que también se ha levantado―. Noemí, la conozco personalmente.

Yo también ―dice Jesús―. Es la secretaria.

¿Y por qué Luis nunca me había hablado de ella? ―pregunto sin obtener contestación por parte de ellos.

Noto cómo la mano de Toni me roza el hombro para detenerse justo en este lugar.

¿Qué me estáis ocultando? ―les pregunto a los tres, porque el silencio, que se ha instalado en el comedor, no me gusta para nada.

Nada ―dice Jesús mientras se rasca la barbilla y baja la mirada.

Jesús, ¿por qué no se lo decís de una vez? —irrumpe Sara inexplicablemente.

¿Decirme qué?

Y la mano de Toni hace más presión en mi hombro.

Pues… ―carraspea Toni―. Luis y Noemí salieron durante un tiempo. Pero fue antes de que empezara a salir contigo, ¿vale?

Sí, su historia terminó ―añade Jesús―. Mejor dicho, fue Luis quién al empezar contigo, la dejó… No vayas a pensar nada raro que te lo veo en tu mirada.

¿Y cómo justificas que fuera ella quien le dio sus señas saltándose la protección de datos? ―pregunto con rabia, porque sé lo que es una amante despechada.

Noemí está deshecha ―dice Sara―. En aquel momento no reparó en lo que hacía… Pensó que le vendría bien a Luis reencontrarse con su pasado, porque ella lo desconocía totalmente.

Luis era muy reservado, ya lo sabes ―sigue Jesús―. A ella nunca le contó nada. Sólo vio a un hombre, que le pareció amable, que deseaba encontrarse con Luis el día de Nochebuena…

¿Y de qué parte estáis vosotros? ―pregunto indignada mientras me deshago de la mano de Toni, que seguía en mi hombro, con un movimiento brusco.

Yo soy amiga de Noemí ―confiesa Sara.

Y nosotros amigos tuyos ―dicen Toni y Jesús al unísono.

Vuelvo a clicar con el ratón en la pestaña donde sale Luis e intento ampliar su imagen. Me brotan las lágrimas al conseguirlo, su cara tan lejos de acariciarla por una maldita secretaria, que se saltó las normas que hasta un párvulo sabría que nunca se tiene que dar señas a los desconocidos.

Es un poco pánfila así a simple vista, ¿no? ―digo para mí, mirando otra vez la foto de la secretaria, sin saber que lo he pronunciado en voz alta.

Ya basta —farfulla Sara.

Y nuevas heridas se abren en mi interior, al ver como Jesús y Toni no hacen ningún comentario al respecto.

Toni, ¿nos vamos ya? ―le digo.

Como quieras.

Necesito…

Mi móvil suena en este preciso momento, interrumpiendo mis palabras. Contesto sin mirar en la pantalla, ni tan siquiera sé quién es.

Elisa, ¿dónde estás? –me pregunta una voz tan ansiada en estos últimos días.

¡Sandra! ¡Por fin!

Ya hemos vuelto. No teníamos buena cobertura en el pueblo de Jaime.

Sí, ya me había dado cuenta…

¿Cómo te va por el pueblo? ¿Qué tal tus padres, Elisa? Espera que tengo una noticia que darte… ¡Estoy….embarazada!

¿Qué? Ahora mismo voy para el piso a darte un abrazo.

Hombre, tardarás unas cuantas horas. El pueblo no cae muy cerca que digamos.

Si estoy aquí, Sandra. He dormido en casa de Toni, porque me dejé las llaves de tu casa. Ya te lo contaré… ¡Hasta ahora!

Me despido recordando que esta misma tarde tenemos sesión de terapia, y salgo del piso de Jesús y Sara. «Poderosa amistad», me digo para mí, mientras veo la mirada distante de Sara al darle los dos besos de despedida, que hace que mi mundo se tambalee.

Continuará…

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